- ¡Lo sabía! - exclamó.
- ¿Qué sabías?
- Que hubiera algo así. Probablemente haya drogas dentro. ¡Opio!
- Chico, puedes comprar opio y cocaína sin ningún problema... al fin y al cabo la Coca-Cola lleva cocaína, no es nada malo - argumentó Adrien, que al fin prefería el café, pero no le importaba una botella de esta bebida con gas. Steve asintió y Connor murmuró algo en respuesta.
Wright, que era el más veterano de todos y poseía los recursos más grandes de sentido común, se acercó a su camioneta. Pasó un momento allí, y cuando volvió tenía una palanca en la mano.
- Esta es la caja extra, ¿no? - preguntó, pero no esperó respuesta. Se persignó. Metió brutalmente la palanca entre las tablas, golpeó el extremo plano con la palma abierta y luego empujó con todo el peso de su cuerpo hasta que la madera se soltó con un estruendo. Los cuatro pequeños delincuentes se acercaron a la caja abierta como buitres, mirando con avidez el interior.
Allí, entre los periódicos arrugados y la paja, no había absolutamente nada. Al menos esa pudo ser la primera impresión. El tío con gafas maldijo y buscó entre la paja arrugada y el papel con su mano temblorosa, hurgando por unos buenos minutos. Inmediatamente saltó de la caja como quemado, con un grito en su pálido rostro joven. Connor también retrocedió, inseguro de lo que estaba pasando. Sin embargo, Steve se acercó y deslizó con cuidado su mano dentro del cajón.
Un momento después maldijo e hizo la señal de la cruz con terror en sus ojos.